A Jose Perdiz no le gustaba trabajar la tierra, ni cuidar de los animales, ni tan siquiera recoger la fruta en los huertos.
El era un artista, un cantero, que disfrutaba trabajando la piedra y creando en su imaginación figuras de santos, angeles, reyes o demonios. Tambien escudos, arcos para las iglesias, o blasones para las fachadas de las grandes casonas.
Trabajaba la piedra, no los campos, y el contacto con los aldeanos labradores en la taberna tampoco era de su agrado.
Procuraba estar fuera de su casa cuanto más tiempo mejor y por ello buscaba sus trabajos de cantero en recónditos lugares de la geografía del norte de Burgos, o en las provincias cercanas de Vizcaya o Alava.
Por el contrario Manuela era una labradora de pura cepa. Lo llevaba en la sangre de sus antepasados.
Amaba las tierras heredadas de la familia, cuidaba del ganado, sembraba la mies, acompañaba a los segadores en verano, manejaba el trillo en la era y engordaba los cerdos para la matanza del invierno.
Era una mujer fuerte y dura como las peñas que rodeaban su aldea.
Ahorraba lo más posible para agrandar sus tierras y trabajaba de sol a sol además de parir hijos durante casi veinte años en sintonia con las estancias de su marido en la casa.
Doce hijos fueron naciendo a lo largo de los años, demasiadas
bocas que alimentar para tan poca hacienda, no había pan para todos y muy pronto las chicas mayores se vieron en la necesidad de emigrar a La Argentina para abrir su futuro incierto en aquella tierras.
Cinco hembras y un varón se vieron abocados a emigrar y tomar pasaje en un trasatlantico que partía de Bilbao o Santander y hacer una larga travesía hasta la ciudad de Buenos Aires donde les esperaban familiares primero y luego las sucesivas hermanas que se habían establecido previamente en la gran ciudad Bonaerense, capial de La Argentina.
Angela, Emilia, Nieves, Felicitas y uno de los varones, Paco, tuvieron que emigrar de su casa igual que hacían multitud de mozos y mozas de las localidades cercanas.
Francisco, Paco familiarmente llamado, era necesario para trabajar las tierras, nunca hubiera emigrado si no hubiera tenido que salir huyendo de su casa como desertor por no ser enrolado como recluta en el ejercito Español destacado en las guerras del norte de África.
Las bajas de reclutas en aquel ejercito eran numerosas, nadie quería ser destinado a aquellas tierras Africanas, y lo que es peor se compraban con grandes sumas la exención de tener que acudir a filas, ocupando otros el puesto de los soldados exentos por dinero de acudir a la llamada del ejercito destacado en las escaramuzas Africanas.
Paco fué uno de los desgraciados llamados a ocupar el puesto de un rico del lugar, cuyo padre había pagado una gran suma para librar a su hijo del servicio militar en Africa.
Enterados de ello y con el mayor sigilo, sin despedirse de nadie en el pueblo o la familia, José y Manuela mandaron a su hijo a la Argentina con sus hermanas, sabiendo que nunca más llegarían a volver a verle.
La tristeza de esos padres y de su hijo se vio compensada por la satisfacción de salvar probablemente su vida.
Ahorrando lo mas posible y con gran pena embarcaron al hijo para siempre en uno de los grandes barcos que partían hacia las Américas.
Seis hijos habían partido ya para Argentina, ninguno salvo Nieves volverían a ver a sus padres, que triste cometido traer hijos al mundo para verlos partir sin esperanzas de regreso.
En la casa familiar permanecían cuatro de los onece hijos que vivos vinieron al mundo, una de las hijas mayores, Isabel se había casado con Goito, un mozo del pueblo con el que muy pronto tendría su primer hijo, Jose María, nieto de Jose y Manuela.
De los cuatro hijos restantes una de la hijas también decidió irse a America con sus hermanos, en el pueblo de Gayangos no veía futuro para su vida así que partió a uno de los puertos del Norte, Santander o Bilbao e inmediatamente embarcó rumbo a la Argentina, a la que nunca llegaria pues desgraciadamente el barco naufragó cercano a las costas Gallegas, pero esto es otra historia a relatar en otro momento.
Nos situamos por tanto en que de una familia de trece miembros solo nos quedan ya cinco en la casa, tres hijos, Pepe, Jesús y Paquita, sus padres José y Manuela y otra hija en una casa cercana de la aldea casada ya con Goito y con el primer nieto nacido para esta pareja de abuelos Manuela Gomez y José Perdiz.
Paquita es la menor de los once hijos nacidos vivos de esta dispar pareja formada por una labradora burgalesa y un cantero gallego que no tienen nada en común, solo amor, una casa y muchos hijos.
el gatufo
No hay comentarios:
Publicar un comentario