El corazón pareciera salir fuera de mi pecho. Los latidos tienen que ser escuchados por mis compañeros en el opresivo silencio que nos rodea. De repente siento una mano que acaricia mi rostro y una voz profunda suena en mis oídos. Tranquilo Emiliano, todo estará correcto, tranquilo, es seguro que tu mujer te espera en casa.
Aparto mis ojos de la añorada terraza, mi terraza, y veo a ¿Cuál es tu nombre? le pregunto a la mujer que nos acompaña.
Soy Lidia, y mi hijo es Carlos, te debemos la vida y estoy segura que encontrarás a quien amas viva, esperando que vuelvas cada segundo del día, no te rindas ahora. Mereces ser recompensado por tus buenas acciones igual que tu amigo Luis.
Gracias Lidia, que Dios escuche tus palabras, voy a estallar si seguimos aquí mirando la casa.
Vamos, el último esfuerzo, que ya casi hemos llegado, comenta mi amigo reanudando la marcha.
Le seguimos como sonámbulos y la angustia se abre paso de nuevo en mi pecho.
Las llaves, grito, las llaves vuelvo a repetir llevándome las manos a la cintura donde até la cartera de viaje que durante años me acompañó en mis viajes. Tanteo, palpo el contorno de mi cintura, y si, ahí está, siento la dureza de unas llaves que esperan ser utilizadas de inmediato.
Esperad, les digo, voy a sacarlas ahora mismo.
Ni se te ocurra, me comenta Luis. Espera a que estemos frente a la puerta en el portal del edificio. Si se te caen ahora resultará imposible encontrarlas sumergidas en esta masa informe de detritus y porquería que llena el pavimento.
Retengo mi ansia y seguimos caminando medio arrastrándonos por mitad de la calle.
Cuanta razón tiene mi compañero, si las llaves se me cayeran en este revoltijo enorme que hay sobre el suelo sería muy complicado encontrarlas.
Estoy llegando, Dios mío, estoy llegando. Que ella esté bien, que esté viva y el resto también, te lo pido Señor, ayúdame y concédeme la gracia de volver a ver con vida a mi querida esposa.
Me esperan rodeando el portal, todos me miran y yo voy moviendo unos pies que se niegan a dar un paso. Temo lo peor y retraso conocer lo peor. Que dure esta ilusión, pienso, deja que dure y retrasa todo lo que puedas abrir la puerta de tu casa, me dice una voz asustada.
Venzo la tentación, no puede ser tanta cobardía me digo, abre ya cuanto antes, seguro que necesitan tu ayuda de inmediato.
Apremiado por esta idea me pego al portal, aunque una mano me detiene en la acción de buscar y sacar las llaves.
Déjame a mi, tu estás demasiado alterado, y diciendo esto Luis mete sus manos por mi camisa, desata la hebilla que sujeta la cartera de trapo a mi cuerpo y cuidadosamente saca la misma a la mortecina luz de día.
Despacio con mucho sosiego abre la cremallera de la cartera y mete su mano por el hueco. Las llaves aparecen sujetas firmemente entre sus dedos. Examina el manojo y a la primera, sin dudar, inserta una en la cerradura del portal. Acierta, gira dos vueltas y abre la puerta.
Ir pasando nos dice, tu primero es tu casa y lo mereces. Así lo hacemos con sigilo y sin proferir una palabra. Una vez todos reunidos en torno a el, me entrega las llaves con cuidado para lo cual toma mi mano, la abre, deposita el manojo contra la palma y cierra mis dedos firmemente. Ten cuidado, me dice, que no se te caigan.
Tu vas a subir solo, nosotros esperamos aquí, no deseo que tu gente se asuste al vernos. Déjalo todo aquí, tómate tu tiempo y si necesitas ayuda, la que sea, me llamas. Yo subiré de inmediato a tu voz.
¿Te atreves a enfrentar la prueba mi amigo? me pregunta, y afirma.
Todo está bien, vas a encontrar a los que amas perfectamente, vete seguro de ello.
Me empuja con suavidad hacia las escalera y yo comienzo a subir refrenando mi angustia y la insana impaciencia por encontrar ¿que? me pregunto, ¿a todos muertos?.
No, Dios mío, no, que no sea así. No lo permitas.
Vivo en el segundo C, y poco a poco llego al descansillo del primero. No encuentro nada que no sea suciedad extrema. No hay nadie, ningún cuerpo de persona o animal. Tropiezo y caigo ruidosamente sobre los escalones. Se escucha el batacazo por todo el portal, Ay, puff, que daño exclamo.
De inmediato escucho el ruido de una puerta que se abre y al segundo una forma peluda se arroja contra mi pierna. Se agarra a ella mientras un largo y sonoro miaauuu, miaaauuu, se escucha en mis oídos como música del Cielo.
Es mi gato, es Gatufo, no me lo puedo creer. Ha salido como un rayo hacia mi cuando alguien ha abierto la puerta de mi casa al escuchar mi queja.
Estáis vivos, estais vivo, grito sin poder contenerme y salgo impulsando hacia arriba llevando a Gatufo en mis brazos.
Querido, mi querido Gatufo, está vivo repito una y otra vez mientras las lágrimas y los sollozos no paran de repetirse fuera de mi alborozada alma.
Gracias, gracias, estáis vivos vuelvo a exclamar como un loco poseso.
Una alegría inmensa inunda todo mi cuerpo que galopa hacia arriba sin ver donde pongo los pies.
el gatufo
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